miércoles, 30 de diciembre de 2015

Vuelta al nomadismo

De repente, volvió el nomadismo. De repente, de Bernal, las mil cosas de laburo (mayormente lindo o más, pero los últimos meses acercándose peligrosamente a "demasiado"), el calor y el solazo, el acento porteño, a estar arriba de un avión, y otro, de trámites por Paris, dormir 4 horas, ir tranquilito y súper-cómodo en un tren que me cruza los Alpes, todo eso para estar frente a un rubicundo caffè doppio en un restaurante de Milano. En un rato úllllltimo tren, a Bologna y unos días con Eve y la banda. Esta vez sin tiempo de acostumbrarme, casi ni de darme cuenta.

En el viaje, rodeado un buen rato por una hermosa bruma, a montones, fabulosa, fantástica, viajando en la nada gris-azul. No me canso de ver colores indefinibles pero que están ahí, el continuo de gris a azul oscurísimo con un toque de verde (tal vez la tonalidad se la da lo que lo extraño al Ka, chiquito lindo) que tienen el aire y los esqueletos de árboles que son todo lo que se ve. La materia que todavía no concreta su forma, necesita que el sol le dé la energía para tomar conciencia y decidir qué es. Al rato, el sol empieza a descorrer la manta, se ven unos metros a cada lado, como si el tren tuviera unos super-faros que llegan hasta ahí. Todavía más tarde, el sol empieza a dar pelea, el abierto se deja ver, a la izquierda se abre un lago, en la orilla un pueblo con manchas de sol iluminándolo, bellísimo. En los valles cerrados, la bruma sigue reinando. Entramos a Saboya y Francia se pone escarpada, estamos llegando a Chambéry.

En el tren, disfrutando un libro. Por suerte me he encontrado con dos libros que me gustaron mucho mucho, hacía rato que no me pasaba.
El que estoy termiando se llama Peste & Cólera, es de Patrick Deville. Comprado al tuntún justo antes de embarcar, muy bueno. Es la historia de Alexandre Yersin, la persona que identificó el bacilo de la peste y (si entendí bien) produjo el primer suero efectivo, y de quien no tenía idea hasta anteayer. Me gusta cómo el autor va deshilvanando la historia, mezclando el retrato del personaje, los sucesos de su vida, y los del entorno en una época que (al menos logra aparecer como) vibrante, mayormente entre 1880 y 1940. El personaje digno de una novela, brillante, hiperactivo, de aburrirse y pasar a otra cosa totalmente distinta varias veces en la vida, apasionado de las novedades de la modernidad, termina pasando la mitad de la vida en una zona de Vietnam que "Yersin-formó", claro que volviendo a Paris (y sí, siempre Paris) regularmente.
Me gusta que plantea en forma directa algunas cuestiones (rescato la tensión entre la razón y el impulso emocional, y aquella entre el individualismo y las construcciones colectivas) en las que toma posiciones que no comparto, pero que de la forma que las plantea, me viene muy bien para pensar y rebatir. También que tiene un guiño borgeano muy lindo, en un momento dice "porteño" y sí, es porteño de Buenos Aires. Ufa, no encuentro la cita, en cuanto aparezca la transcribo.
El que quedó olvidado en casa en el apuro por salir, es "Buenos Ayres desde Las quintas de Retiro a Recoleta (1580-1890)" de Maxine Hanon. Mucho mucho, muy bien documentado (al menos en el criterio de este lego absoluto en la historia), es llevadero, está bien escrito desde lo ... ¿literario?, tiene un poco de relato novelado, pero no más que la dosis justa. Logra que la superposición entre lo que uno conoce de Retiro, la Recoleta, la iglesia del Pilar, la Av. Quintana, y lo que cuenta, sea rarísimo. Y (sobre todo mirándolo desde Europa) no es hace tanto, hace 170 años era una-zona-de-quintas. Me quedó la imagen de un cuadro en el que se ve el Pilar y un par de quintas que bajaban hasta el río, donde se quedaban vivaqueando las carretas que traían y llevaban mercadería, en lo que ahora es Plaza Francia y alrededores. Zarpado.

Del libro (el primero, el que estoy leyendo ahora) una idea. Cuando el personaje nació, para ir de Paris a Bangkok se necesitaban tres meses. Treinta años después, entre el canal de Suez y la mejora de los barcos a vapor, se redujo a un mes. Cuarenta años más tarde, estamos en 1935, en avión tomaba una semana. Nosotros lo hicimos el año pasado en 10 horas. Ya está, más no va a mejorar, al menos no mucho más ... hasta que se invente alguna forma de teletransportación :D. Entonces, ¿cuál es la aventura ahora, cuál es la terra incognita a descubrir, desbrozar, crear, sentir el vértigo de la libertad de la hoja en blanco? A mí se me ocurre que el bit puede ser un buen lugar. Lo propongo, tal vez para que me propongan ideas mejores, menos virtuales/efímeras.
Como nota de color, el autor subraya que el avión iba a 200 kilómetros por hora, "más lento que los trenes actuales" ... como donde estaba hace un rato leyendo el libro.

La última de Europa, en honor a que me está hospedando. A riesgo de aburrir, qué lindo viajar en tren. Si la diferencia de precio no es zarpada, elegir primera, un sillón muy cómodo (aunque no como el cama de los micros argentinos, eso es un lujo mayor), el tren que se desliza, no traquetea, el paisaje que pasa, nada que hacer salvo estar con uno mismo y hacer algo del montón de las cosas "para cuando haya tiempo". Con mesita donde la compu entra bien, enchufe, y un barcito razonablemente surtido a unos pasos. Qué más.

Chau.